UN POTRILLO NEGRO

lunes, 21 de julio de 2008

Había una vez un potrillito negro, muy vivaracho y movedizo, que tenía grandes ambiciones. ¡Quería hacer cosas importantes! Antes que nada, quería conocer muchos lugares. Y después, conseguir un trabajo donde pudiera demostrar todo lo que valía.
Así fue que, después de andar y andar por muchos lugares, pensó que ya conocía bastante y le pareció que era hora de encontrar un buen trabajo.
Entonces fue a una granja, donde vió a una mujer que ordeñaba una vaca.
-Buenos días, señora. ¿Podría decirme si necesita un potrillo para trabajar? -le preguntó muy entusiasmado.
-Mmm, no sé -dijo la señora, pensativa-.
-Podría ser. ¿Por qué no vas hasta la casa y hablas con el capataz?
El potrillito le hizo caso a la señora y fue a verlo. El capataz estaba cargando una enorme carro de heno junto a un peón.
-Buenos días. ¿Hay trabajo para mi?
-ja, ja, ja-se rió el capataz-. Eres muy chiquito. Ni siquiera podrías mover este carro.
-Claro que puedo- dijo el potrillo.
Pero por más que lo intentó no logró moverlo de su lugar.
Avergonzado, el potrillo se fue de allí. Después de andar un rato, encontró un hombre vestido de uniforme.
-Señor, puedo trabajar con usted? -le preguntó.
-¿Sabes saltar?- dijo el hombre.
-¡Claro!- dijo el potrillito, aunque no era cierto.
El hombre fue a buscar unas vallas altas y lo hizo saltar.
Pero, el potrillo no sabía, lo único que hizo fue apoyar apenas una pata sobre la valla. ¡Y no lo contrataron!
Al otro día, fue al pais del rey de ajedrez, que tenía un enorme juego de ajedrez, con caballos de verdad y justo se le acababa de ir uno asi que necesitaba reemplazarlo.
El potrillo se presentó en el palacio a pedir trabajo. El rey lo mandó a que se pusiera sobre el tablero, en la casilla correspondiente.
Pero el potrillo saltaba mucho y se salió de su lugar, porque estaba más acostumbrado a jugar a la rayuela que al ajedrez. El rey se enojó mucho y le dijo que en castigo le iban a dar un remojón.
El potrillo pensó que se trataba de una broma y no se preocupó.
Pero no era una broma. Entre dos dos hombres lo llevaron hasta la costa y...
¡A la una, a las dos y a las tres...! De un empujón lo arrojaron al mar.
¡Qué sorpresa se llevó!
El potrillito negro empezó a nadar, tratando de llegar a la costa. Pero como había tormenta y el mar estaba muy revuelto, en vez de acercarse se alejó.
Asi fue que, justo cuando ya estaba muy cansado para seguir nadando, unos pescadores lo vieron desde su barco.
Los buenos hombres no podían creer lo que veían. ¡Un caballo en el mar! Ellos estaban acostumbrados a ver peces, solamente. Pero a pesar de la gran sorpresa, se acercaron con su barco todo lo que pudieron y le arrojaron la red al pobre potrillo.
Qué alegría la del caballito cuando los pescadores lo subieron a cubierta. De contento, nomás, empezó a dar saltos.
-¡Ten cuidado, amiguito! -le dijo uno de los pescadores-. No te olvides que estás en un barco. Dejá los saltos para cuando lleguemos a tierra.
El potrillo entendió y se quedó tranquilo, mientras el pescador le pasaba un cepillo por las crines.
Una vez en el puerto, el más viejo de los pescadores lo llevó a su casa con él.
-Qué lindo caballito! -dijo su nieto, no bien lo vió-. ¿Puedo jugar con él?
-Claro -dijo el abuelo-. Pero primero voy a cortar unas bases de madera para que el potrillo se pare encima y te puedas hamacar.
Y asi fue. Le enseñaron al caballito a pararse sobre las bases y el niño se hamacaba de la noche a la mañana. ¡Pobre potrillo negro! De tanto hacer equilibrio sobre las maderas, le dolía todo el cuerpo, desde las patas hasta las orejas.
Esa no era vida para un caballo. Después de dos días de trabajar como juguete, decidió renunciar.
"¿Adonde iré?", pensaba. Entonces tuvo una gran idea genial: "A casa. Iré a casa".
Cuando llegó, los peones de la estancia fueron los primeros que lo vieron. Lo llevaron al establo, le dieron un baño, lo peinaron, le pusieron herraduras nuevas. ¡Lo dejaron hecho una hermosura!.
Enseguida aparecieron el papá y la mamá, felices de verlo otra vez.
-¿Donde estuviste? - le preguntó su mamá.
-Fui a buscar trabajo. Pero no encontré nada que me gustara.
-Si quieres trabajar, yo sé donde puedes hacerlo- dijo el papá.
Entonces lo llevó hasta la plaza del pueblo, que era muy grande y muy linda.
-Aquí hay muchos chicos. Podrás llevarlos a pasear por la plaza. ¿Qué te parece la idea? -le preguntó el papá.
Al potrillo la idea le pareció muy buena. Y esa misma tarde empezó a trabajar.
Así pasaron unos cuantos días, hasta que empezaron a aparecer los problemas. Sucedió que como todos los chicos querían pasear al mismo tiempo, y el potrillito no podía llevar a más de uno por vez, se pelearon muchísimo.
El vendedor de globos, que veía que los chicos se peleaban todos los días, tuvo una idea. Fue a ver al carpintero y le pidió que hiciera un trencito.
Cuando el tren estuvo listo, se lo engancharon al potrillito, que enseguida se fue a dar vueltas por la plaza, muy contento.
A partir de ese día, los chicos empezaron a pasear en grupos y dejaron de pelearse. Y todos quedaron contentos y felices: los chicos con el tren y el potrillo con su trabajo.

FIN

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